Un día, en un restaurante, fuera del espacio y del tiempo,
me sirvieron el amor como las tripas frías.
Dije delicadamente al cocinero
que las prefería calientes,
que las tripas (y eran a la manera de Oporto) nunca se comen frías.
Se impacientaron conmigo.
Nunca se puede tener razón, ni en un restaurante.
No comí, no pedí otra cosa, pagué la cuenta,
y vine a pasear por toda la calle.
¿Quién sabe lo que esto quiere decir?
Yo no sé, y fue conmigo...
(Sé muy bien que en la infancia de toda la gente hubo un jardín,
particular o público, o del vecino.
Se muy bien que nuestro juego era su dueño.
Y que la tristeza es de hoy).
Sé eso muchas veces,
Pero, si yo pedí amor, ¿por qué me trajeron
tripas a la manera de Oporto frías?
No es platillo que pueda comerse frío,
pero me lo trajeron frío.
No me quejé, pero estaba frío,
nunca puede comerse frío, pero vino frío.
Pessoa.
13.9.07
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